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Cuando pienso que es lo que más valoro del tiempo que paso en anfas es, sin lugar a dudas, a todas las personas que he tenido la suerte de conocer. Con más o menos distancia, todas pasan a ser parte de ti. De hecho llegaría a decir que, pasan a formar parte de tu familia.

Aunque la mayoría de momentos dejan una sensación positiva, no nos vamos a engañar, algún que otro quebradero de cabeza ya surge. Bien sea por no entender la situación, no saber cómo actuar o simplemente porque podemos perder el control de las circunstancias. Pero lo claramente positivo es que se van aprendiendo cosas nuevas, que mejoran la calidad y el trato de esas personas tan especiales.

Aunque generalmente suele ser un rato positivo el que pasamos juntos y al que vamos con una predisposición máxima, ellos saben captar qué te pasa cuando estás un poco evadido o enfurruñado y buscan la forma para que te olvides de todo aquello que está puertas para fuera.

Me hace ilusión pensar que, gracias a la casualidad o quizás al hecho de no saber decir que no, tuviera la suerte hace unos años de comenzar a formar parte del equipo de revista y de baile.

Acostumbrada a estar con niños, me convencieron a empezar estos talleres con personas adultas. Todavía recuerdo el miedo o, mejor dicho, la sensación imponente.

Por suerte esto se quedó en un simple primer sentimiento y previo a cualquier otro. De hecho, de vez en cuando, todavía recordamos ese primer día y nos reímos de lo asustada y de la incertidumbre que hacía que no supiera cómo actuar.

Parece mentira que hayan pasado ya algunos años.

Las experiencias enganchan. Y no precisamente porque sientas que estás salvando el mundo, que no lo es (por cierto), sino porque aprendes cosas, que son verdaderamente útiles para la vida.

Por ejemplo, si me preguntan rápida y superficialmente una de las cosas que me ha aportado el taller de baile, es claramente a aprender a bailar.

Sin analizar la respuesta, puede parecer bastante interesada. Pero no se refiere al sentido estricto de aprender a bailar (de hecho, si me preguntan personalmente puedo decir que sigo bailando igual de mal).

En nuestro grupo, bailar no lo entendemos como la unión de pasos complicados propiamente, y casi imposibles de realizar. Sino que consideramos ese rato de baile como la oportunidad de pasar un tiempo divertido entre amigos moviendo el esqueleto como cada uno pueda y sepa. Bien sea haciendo el cowboy, las Spice Girls, mover una pierna adelante-atrás o simplemente a través del corro de la patata.

Este ambiente hace que te olvides de posibles vergüenzas o problemas porque en lo único que piensas es en divertirte de una forma diferente en la semana y si es acompañado de unas risas, ¡qué mejor manera! Esto hace que compartas con los demás cómo eres y que el vínculo con el equipo sea más grande todavía.

Lo mismo me pasa con revista. ¿Quién me iba a decir que escribir unas frases e incluso, el reciclaje de todo el club (del que el equipo de revista es encargado) me iba a enganchar tanto?

Es de agradecer, y mucho, cuando cuentan contigo, te consideran parte del grupo y todavía más cuando te dejan aportar cosas y así poder evolucionar juntos.

Esto es lo que más me gusta de anfas. Todas las personas aportan y no importa que tengan más dificultades o menos, mayor o menor discapacidad. Todos tienen algo que aportar y enseñar al resto. Es más, ese algo distinto no se considera como algo malo sino como algo bueno.

En todas las actividades y en todos los momentos compartidos, los malos pensamientos se intentan dejar de lado. Lo que más importa es la persona que tienes en frente y lo más bonito es que esto se realiza en relación a un grupo, del que se forma parte. Una cuadrilla. Un grupo de amigos.

Claro que no debemos olvidar hay funciones diferentes dentro del grupo y que los monitores (voluntarios) tenemos que velar porque nuestros chicos saquen el máximo provecho de ese rato compartido.


 

María Basterra

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